La epilepsia es una enfermedad dinámica que cambia y evoluciona con las distintas circunstancias y etapas vitales de las personas que la padecen. Así, los factores que afectan a la enfermedad cuando somos adolescentes, son distintos a los factores que la pueden modificar cuando somos ancianos. Estos factores son variados pero igualmente importantes, y entre ellos se incluyen desde la calidad del sueño hasta la composición de la alimentación, el estrés, el estado anímico, la vida social, el contexto familiar, el ejercicio profesional, las enfermedades intercurrentes, los tratamientos actuales y previos o las intolerancias farmacológicas.
El éxito o fracaso en el control de las crisis epilépticas y las consecuencias derivadas de las mismas dependerá en gran parte de la habilidad del neurólogo/epileptólogo para conocer y lidiar con estos factores y adaptar cada terapia a la situación personal individual de cada paciente. Para ello, es necesaria una relación estrecha y personalizada entre neurólogo y paciente. Esto es especialmente importante en el caso de los pacientes pediátricos, en los cuales la variabilidad de la enfermedad es aún mas evidente, su desarrollo es más acelerado y la susceptibilidad a los efectos adversos de los fármacos puede ser mayor. Estos cambios pueden ser tan importantes, que incluso pueden las visitas cada 3 o 6 meses pueden no ser suficientes.
Sin embargo, las circunstancias actuales, en las que vivimos un aislamiento social obligatorio y el personal sanitario está (estamos) concentrados a veces en echar una mano con los pacientes afectados por COVID-19 o en cuarentena por contagio o riesgo de estarlo, dificulta este seguimiento estrecho de manera presencial. Por ello, en nuestro programa de Epilepsia hemos desarrollado un sistema de seguimiento telemático, en parte con consultas online vía video-consulta, en parte por correo electrónico, para intentar poner remedio a esta situación.